El final de un Romántico.

Porque todo tiende a magnificarse recién, cuando el protagonista desaparece, y las versiones toman parecen desde allí, tomar posturas extremas. Seguramente será una excepción, el caso de un hombre que jugaba al fútbol, por sobre todas las cosas, a su manera. No será jamás indiferente quien esta convencido de que la pelota debe rodar preferentemente por la hierba, que los pases deben poseer la precisión de un cirujano y que los goles se festejan mas aún, si son bellos.


En su cabeza estaba incorporada la belleza como en todo artista. Ha de ser la estética en sus movimientos uno de sus rasgos mas notorios. Porque el tipo caminaba distinto. Por ende el trote, la mirada, el efecto lo era también tan personal como distintivo.

Hubo un día que por primera vez se presentaba ante la masa mundial, un joven alto para la media de futbolista, delgado, con los ojos tan abiertos como cerrados sus gestos. De esa tarde recuerdo su frialdad. El hecho de estar ante sesenta mil personas alrededor y no alterarse ni siquiera un segundo. Sabiendo que de sus pies, toda una sociedad demandaba futbol, todo un club exigía resultados, toda una familia imploraba el milagro de la salvación. Su mirada lo decía todo. Antes que un golpe sutil, que una pegada en largo notable, vi. como su enorme virtud, un carácter como pocos atletas. Eso de imponer, sin palabras, con hechos, una manera de pensar. De sentir. Una ideología por encima de cualquier circunstancia.

Solo se necesitaba tiempo para que ese joven creciera en peso, en cantidad y calidad. Era el diamante que el mundo necesitaba pulir para confirmar que el futbol seguía siendo algo más que un deporte. Un arte.

Todo lo confirmo por donde su sombra estuvo. Unos trancos cansinos, movimientos suaves como si ignorara el tiempo. Fortaleza en piernas y brazos, un control magnético, un pase corto infalible. Una zurda eficaz e interesante, un cabezazo oculto, la sonrisa limitada a su círculo afectivo y la imaginación intacta.

Seguramente, como todo ser virtuoso, nadie mas que él, fue su mayor crítico. En un ficticio diálogo con el creador, hubiese solicitado una velocidad final más potenciada, un cambio de ritmo más explosivo, un salto más elevado, pero seguramente que sentía también conformidad y sensaciones de poder, con todo esos dones recibidos. Confieso que como observador, en muchos momentos, me hizo dudar de si lo que su cabeza decidía, sus pies lo ejecutaban. Como todos esos grandes del fútbol.

Es por eso y por tanto, es que siempre recomiendo juzgar respetuosamente a estos personajes, solamente desde su profesión. En su hábitat. Hablemos de Riquelme futbolista, porque allí, lo conocimos. Como de Modigliani, pintor. De Lacan, psicoanalista. Lo demás, lo suyo, personal y ajeno, no debiera incumbir.

Al señor Riquelme, por su futbol, por su locura y cordura, por su convencimiento de jugar a su forma, sin que nada ni nadie modificase su esencia. Gracias y adiós.

Fuente: Columna de opinión

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