La política exterior tras la audiencia con Francisco

Mauricio Macri se reunió con Barack Obama, Vladimir Putin, Ángela Merkel, Françoise Hollande, Matteo Renzi y Xi Jinping, protagonistas claves de la reinserción de la Argentina en el mundo. Cada uno defendiendo sus intereses estratégicos y todos tratando de colocar sus inversiones y mercancías en un mercado que Cristina Fernández había transformado en un coto de caza.

CFK era arbitraria en la toma de decisiones y su política exterior se manejaba con un concepto binario que recordaba a la Guerra Fría y al mundo bipolar. Macri modificó esta perspectiva geopolítica y explicó que su agenda internacional era abierta y transparente.

El mensaje llegó sin obstáculos a los líderes mundiales, pero una duda relativizaba su contenido y fortaleza: ¿Por qué el presidente argentino se lleva mal con el Papa?, se preguntaban en los despachos más importantes del planeta. Esos 22 minutos de febrero, en donde Francisco nunca sonrió a Mauricio, fue una señal que produjo interferencias a nivel global.

Por eso, la audiencia privada del sábado 15 tiene tanto valor para la política doméstica como para las relaciones exteriores. Argentina todavía no es confiable, y esta percepción se multiplicaba en cada despacho diplomático que partía desde Buenos Aires, afirmando que Macri y Francisco no se llevaban.

Como el Papa es una figura global, respetada en Oriente y Occidente, su frialdad con el Presidente complicaba las relaciones internacionales. Macri citaba a Francisco, y lo hacía con honestidad intelectual, pero la foto de febrero exhibía un doble estándar que hacía un ruido molesto en la línea.

Ahora, ese ruido debería cesar. El Papa y el Presidente han iniciado una nueva etapa de relaciones institucionales y la Cancillería debería usar toda su maquinaria para instalar un hecho que no implica una construcción de marketing político: Francisco y Macri coinciden en una agenda global que está integrada por asuntos que preocupan a los principales líderes mundiales.

El Papa no se transformará en un canciller argentino en las sombras, pero los resultados de la audiencia privada teñirán las nuevas aproximaciones que se ejecuten desde el Palacio San Martín. Macri obtuvo un triunfo diplomático en su última visita al Vaticano, porque logró que Francisco comprenda y acepte sus posiciones políticas. Y ese aval es fundamental para que los centros de poder incrementen los niveles de confiabilidad sobre la Argentina.

Hoy partirán a Brasilia, Washington, Madrid, París, Roma, Londres, Moscú, Beijing, Bruselas y Berlín, por citar capitales paradigmáticas, cables cifrados desde Buenos Aires informando qué pasó en la audiencia privada y familiar que compartieron el Papa y el Presidente.

Esos cables repetirán la información de los medios más influyentes del país, como sucedió al día siguiente de la audiencia que exhibió el rostro desangelado de Francisco. Ahora, la noticia es diferente, porque la realidad es diferente: Francisco y Mauricio abrieron un canal de diálogo, sin cruzados ni prejuicios. Un escenario que, hasta hace pocas semanas, era sólo un sueño compartido por el Presidente y un puñado de sus ministros.

La confianza es clave en la política exterior. Y ese instrumento político multiplica su valor si está avalado por un protagonista global respetado a nivel global. Todos los países tienen una ventaja relativa en la arena mundial, y esa ventaja asegura ciertos beneficios en una negociación diplomática. Estados Unidos puede exhibir su poderío militar, China sus mercados y Alemania su economía, para poner tres ejemplos básicos. La Argentina no tiene ninguno de esos atributos, pero puede mostrar una capacidad propia que es única: el Papa.

Francisco siempre trabajó para la Argentina, pero la política exterior tiene una cuota importante de percepciones. Y el trabajo del Papa quedaba relativizado con la información que manejaban los líderes mundiales, respecto a las diferencias personales e ideológicas que tenía con el Presidente.

Pareciera que Macri enterró los entuertos con Francisco y terminó con las suspicacias diplomáticas. No es poco para sólo sesenta horas en Roma, una ciudad que es eterna.
Fuente: Infobae